sábado, 19 de junio de 2010

Los Usos del Tiempo

Vivimos en la era de la velocidad. El mundo que nos rodea se mueve con más rapidez que nunca. Nos esforzamos para ser más eficientes, para hacer más cosas por minuto, por hora, cada día. Y desde una perspectiva de género esta sensación se intensifica por muchas razones. ¿Somos nosotras las que disponemos de nuestro tiempo? ¿Podemos aspirar a desarrollarnos como profesionales, políticas, empresarias, directivas… sin renunciar a la vida privada?

¿Qué es el tiempo? Se pregunta San Agustín y responde: Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.

La reflexión sobre el tiempo ha sido un elemento fundamental en el pensamiento filosófico y científico. Todas y todos tenemos una percepción del mismo sintiendo que lo perdemos, que lo ganamos o que nos falta o sobra, que pasa lento, que pasa rápido y se nos escapa como la arena entre los dedos. Podemos gestionarlo mejor o peor, manejarlo en mayor o menor grado. SU uso está condicionado por unas pautas y unos ritmos marcados por los hábitos y los valores de la sociedad en que vivimos.

En su obra Un cuarto Propio Virginia Woolf formula la siguiente afirmación: para escribir novelas una mujer debe tener dinero y un cuarto propio. En esta frase la autora resume el quid de la cuestión en la vida de las mujeres para la consecución de sus objetivos y metas: autonomía, tiempo y espacio. Estas tres variables están estrechamente relacionadas entre sí. Si reflexionamos sobre nuestras vidas ¿cuántas de nosotras tenemos un cuarto propio en el que desarrollar sin interrupciones actividades para el desarrollo y la satisfacción personal y profesional? Y si tenemos la suerte de disponer de ese espacio y tiempo ¿Cuál ha sido el coste que hemos tenido que pagar para conseguirlo?

El modelo patriarcal en el que se fundamenta nuestra sociedad ha repartido roles y funciones, espacio y poder, basando ésta distribución en la circunstancia de ser mujer u hombre. Evidente es que en esta dictadura la posición de poder la ocupa el hombre y por tanto en esta distribución subyace una desigualdad hacia la mujer que se transforma en LO OTRO que ha de estar al servicio del que ostenta el poder. El patriarcado legitima esta desigualdad con argumentos basados en la naturaleza que adquieren el rango de costumbre y que pasan a la norma como valor social y se interioriza y normaliza por la sociedad en su conjunto. La división sexual del trabajo distribuye espacios y determina roles que están intrínsecamente unidos a como hombres y mujeres utilizan el tiempo.

El Espacio público se identifica con el ámbito productivo, con el espacio de la “actividad”, donde tiene lugar la vida laboral, social, política, económica. Es el lugar de participación en la sociedad y del reconocimiento. En este espacio se han colocado los hombres tradicionalmente.
En el lado opuesto, se encuentra el Espacio doméstico, como el espacio de la "inactividad", donde tiene lugar el cuidado del hogar, la crianza, los afectos y el cuidado de las personas dependientes. En este espacio se ha colocado tradicionalmente a las mujeres.
El Espacio privado como señala Soledad Murillo: "Es el lugar del tiempo singular, de lo propio, la condición de estar consigo mismo/misma de manera crítica y reflexiva, es el culto a la individualidad y responde a la cualidad de ocuparse de sí mismo/misma". Es ese espacio y tiempo del que nos vemos privadas diariamente ya que se diluye en otros ámbitos temporales y espaciales que no son propios sino dedicados a otras personas.
La lucha de la mujer por ganar espacio y tiempo, por ganar poder, no ha terminado ni el camino es menos difícil. Sobre el papel todo está escrito, aprobado, ratificado y rubricado pero en la vida real los cambios son difíciles ya que implican que parte de la sociedad (la que ostenta el poder) ha de compartirlo con aquella parte (las mujeres) que durante siglos han estado sometidas a los designios masculinos en todos los órdenes de la vida. Esta transformación supone realizar un análisis crítico de los valores interiorizados y transmitidos como legítimos por los medios de socialización y por tanto un cambio radical en la manera de ver al OTRO/OTRA. Supone una reformulación del contrato social entre géneros.

El tiempo tiene una dimensión simbólica, no cuantificable, que ordena y estructura los proyectos vitales de las mujeres, caracterizados por su heterogeneidad, traspasados por la diversidad de roles y “presencias”; frente a proyectos masculinos más homogéneos, en que prima el trabajo remunerado y la presencia en el ámbito público. Es el tiempo que marca el “reloj social”, diferente para unos y otras. El tiempo de las mujeres se caracteriza por ser un continuo y organizado en función de las necesidades de otras personas. El tiempo de los hombres es un tiempo discontinuo -con tiempos de trabajo y ocio diferenciado.
Las decisiones de las mujeres sobre su participación en la esfera pública y en el mercado de trabajo están limitadas y mediatizadas por la tradición patriarcal, el entorno familiar (personas dependientes del hogar, condiciones económicas del hogar, posibles redes de mujeres que pueda crear o de los que pueda formar parte), la oferta de servicios públicos de cuidados y las regulaciones y características del mercado laboral. Estas variables no ejercen presiones sobre las decisiones masculinas.

Los estudios sobre los usos del tiempo, desde la teoría social y desde el feminismo, han demostrado que la dimensión temporal no es neutra en términos de género. Las diferencias respecto a cómo usan y conciben el tiempo mujeres y hombres son determinantes en la construcción y reproducción de las desigualdades. Es aquí donde radica la injustica que sufren las mujeres que se plantean una carrera profesional o simplemente el alcanzar unos objetivos ya sean personales o profesionales, ya que sobre ellas se cierne el dilema entre esfera privada y proyección profesional.

Los hombres nunca se enfrentan a esta espada de Damocles.

Autora: Patricia Aragón


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